Por: VICENTE COLLAO
El jazz, a secas, es un leviatán silencioso. No se deja morir ante nada, muta constante y alborotadamente, se mezcla con lo que parece atómico. Al mismo tiempo, serpentea por la arena sin que el ojo público común se de cuenta. Hablar de jazz chileno, entonces, es un ejercicio que sale de la boca y palabras como invocaciones etéreas de algo a medio existir. No soy corresponsal de la sapiencia jazzera en nuestro país -por favor, no tengo ese oído-, pero algo en lo que estaremos de acuerdo es que hay un velo de ocultismo en un nicho tan viejo como los estándares.
Un nombre como Roberto Lecaros reposa en sábanas como bolón de hierro. Quizá el autor más importante del jazz chilensis habido y por haber, se ha entramado histórica y estéticamente en el colectivo abrazado al género. Su apellido es acarreado no sólo por familiares, sino por amigos y entre amigos. Hacer una infografía de su árbol genealógico caerá para otras personas, eso sí, porque podemos extendernos demasiado; hoy pongamos atención a quien está en foco desde hace unos años, Félix Lecaros. Joven y para varias voces virtuoso, encadenado al destino como uno de los bateristas estrella de nuestro territorio, recién ha tomado riendas con un trabajo de larga duración bajo su nombre, tras alrededor de dos décadas de experiencia.
Todo a su tiempo, aunque decir que es un primerizo sería un error. Quisiera detenerme en el caballito de troya antibop, Contracuarteto, conformado por Félix y su hermano Roberto Carlos, además de Andrés Pérez y Cristián Gallardo. Y es que el peak de la carrera de este Lecaros, en sintonía con su servidor, ha sido Sinestesia (2011). Un vertiginoso compendio, ansioso y corrosivo por una hecatombe ya conocida, tratando de disfrazarse de calma; íbamos saliendo de los estragos de un terremoto, después de todo, enmarcado en el tema mastodonte “F27”. Me alegra saber que hay ciertos atisbos de identidad intachable que siguen cubriendo al nuevo Félix.
Félix Lecaros Trio, compuesto por el baterista homónimo, Nicolás Vera en guitarra y Óscar Pizarro en hammond y otros arreglos, reboza tecnicismo y precisión. No obstante, si hablamos de nuestro fuerte comprendido -el arte de crear piezas concebibles como álbumes-, está Bitácora (2022) es un tanto imprecisa. La variabilidad con el que se han tocado las sensibilidades propias del jazz moderno, en sus infinitas desambiguaciones, logran construir parajes cinemático-musicales a minutos. Es cierto que “Anticuerpos” abre y desborda energía como una locomotora empezando su marcha, mientras se desata el zamarreo de escaleras descendientes de punteos y tocadas. Soliloquios marca de casa se enfrentan a tope con torrentes orgánicos, que realmente hacen la idea de defensas inmunológicas haciendo su trabajo.
Pero momentos de simbiosis entre interés y digitación son arrancables como espigas al trigal; es agotable en su duración un tanto extensa de una hora y 10 minutos. Arreglos se desmoronan entre toque y choque de notas bailarinas y juguetonas. Algunas piezas bajo el ala del free jazz más ordenado, respetable pero no estando falto de semejantes. A éstos se acopla un popurrí de ensamblajes más relajados. Sabores agridulces se interconectan en caminos donde arremete el órgano, contorneándose de manera menos intrigante; la guitarra grita su autoridad, pero su fraseo vacila en espacios muertos, insegura de su experticia mientras sale del compás principal.
Parte de esto reside en el propio distanciamiento conceptual de este trío y el Contracuarteto; en el mencionado, el piano no existía y su papel era desenmarañado con creces por los demás artistas. En este Trio, es el bajo y su locución envolvente quien ha sido reemplazado muchas veces por el hammond. Esto ha requerido una entonación y preocupación extra en las composiciones, pero también pierde un sector dinámico del espectro musical que es, a juicio personal, parte de las maravillas que el jazz ha conservado tal vino añejo. No se trata de quitar libertades al arte, que por favor siga creciendo, pero de un nombre como Félix Lecaros se esperan fuegos artificiales. Claramente la estrella, desde lo esencialista, es la capacidad de generar texturas tan diversas de Félix, incapaz de equivocarse en su puesta. Esto es lo normal en Bitácora: un aplaudible canto instrumental entre camaradas que se conocen más que nadie. Y, en cuanto avanzan sus segundos neutros, no va más allá de eso.
Pero no se hagan ideas erróneas, porque hay una magia creativa sutil y apartada que levanta interrogantes de qué mas se guarda el Trío. “Message to a Friend”, durante su hermosura y melodrama, se asoman arpegios y pequeños trémolos de guitarras cálidas y edulcoradas, simplonas, casi imitando una balada fantasmal inesperada. El subidón tomacorriente de “Despedida en Berlín” subyuga el cuerpo a la euforia y se resuelve en un contundente y directo cierre instrumental. “Origen” es quizá la pieza más atrevida de Bitácora. El trazo que repite está lleno de tensiones que buscan desenlazarse, hasta que hace presencia una guitarra glitch con una fuerza melancólica que tonifica toda la canción. Un extraño espacio digital-espiritual, tratando de recuperar su fluidez naturalista de marfil y madera, sin mucho éxito.
Mis elogios deben concentrarse en Nobus, que es quizá una de las composiciones musicales más sencillas del álbum y, a la vez, la más emotiva e interconectada con la actividad reflexiva de mirar a lo recorrido. Una construcción de teclados tenues y armónicos naturales. Edulcorante, titilante a los sentidos y que no deja de sorprender con los pequeños detalles; una cuasi-power chord aparece entre la niebla, a la vez que pequeñas gotas de lluvia en ligero reverb retocan los oídos. Acaparando toda cacofonía posible, hace una danza a la medianoche que anuncia la llegada de la luna nueva. Entre cualquier cosa que pueda criticarse de este álbum como tal, esquivando como pueda la etiqueta de ser “genérico”, Nobus es el statement más poderoso del Trío.
Decir “esperaba más” es realista, pero odioso. Sería atribuirme toda la atención porque, a final de cuentas, nada de esto importa ante lo que se llevó el viento. Es una cuestión que pende del ojo que observa. Si es por crítica, tengo mis comentarios. Si es como mero observador, se percibe a flor de piel la calidad y talento de estos músicos empedernidos. Ante ojos apresurados, otro álbum de música jazz. Pero más importante, y fuera de cualquier nota que califique mi entretención, es el legado que estas personas siguen pujando tras la sombra y alba de Chile. Porque estoy seguro de que, a pesar de que crea que todo se puede hacer más armonioso, encarnado y espeluznante, los hechos son los hechos. Realidad de la que estoy seguro es innegable. Roberto Lecaros senior está orgulloso; su sangre familiar sigue escribiendo esta bitácora, como notas se seguirán escribiendo en pentagramas.
6/10.
