Por: VICENTE COLLAO
Existen dos bandas en Chile que, a pesar que su aporte estrictamente musical es incuestionable, se han disparado en los pies -a los ojos del público general- por hacer caso omiso a la bendita libertad de expresión: Ases Falsos y Fiskales Ad-Hok. Por esta oportunidad, voy a hilar desde el grupo que comanda Cristóbal Briceño, un nombre que a varios ya les dio tortícolis tifoidea de sólo leerlo. Pero lo que nos importa es la temática de la música como tal, y ya verán por qué le menciono.
La agrupación que nos toca se hace llamar Frigider, un nombre que podría ser incluso menos obvio, considerando su background contextual. Provienen de la ciudad de Temuco, que ostenta uno de los tantos liceos llamados Pablo Neruda, y de la que han aparecido un par de proyectos que la gente ha comentado. Los psicodélicos de Invernadero y la banda de rock «revelación» Alectrofobia vienen de allí, y se han ganado un pequeño seguimiento. El EP «Error y Milagro» es una carta de bienvenida a la experiencia abrigadora que se inviste Yamil y compañía.
Sin embargo, los que específicamente debutan en este EP es Frigider a nivel banda, puesto que para Alejandro nada de esto es nuevo. El 8 de Febrero de 2018 el grupo Ojos de Perro Azul lanza un EP que es básicamente una veneración de Fother Muckers, en el que Yamil es parte esencial, sobre todo por el notable parecido en los timbres vocales de los vocalistas de ambos grupos. Aquel disco de 2018 usa la misma fórmula medianamente infecciosa de crear coros pegajosos, pero con una calidad de sonido más que cuestionable y una originalidad prácticamente nula. Varios de los elementos tomados directamente de Ases Falsos se presentan sin miedo en Frigider, pero siento que esta vez sí se ha conseguido algo más propio.
Una de las cosas que afianza esta nueva careta es el trabajo de mezcla, con guitarras mucho más presentes en los momentos necesarios, como también un uso de coros preciso y armonioso. Pero además, la estructura de las canciones tiene un toque más atípico a lo que se esperaría. No tengo ningún miedo con expresar que Frigider tiene mejores coros que Briceño, y bebe demasiado de su estilo de parafraseo al mismo tiempo. Esto no tiene por qué ser algo malo, pero es algo que es difícil de ignorar. Que no se malentienda: esto no es una mera copia.
Por lo mismo, estoy muy agradecido de que los coros, estos ganchos tan melodramáticos y pomposos, sean tan infecciosos. «En Tierra de Nadie» tiene un toque muy The Strokes, donde la guitarra lead hace presencia, acompañando con gusto la voz de Yamil, y los interludios momentáneos de acordes fortalecen la progresión de su melodía. «Casa de Campo» es el tema más ruralista y ortodoxo, con una caricia muy tenue de bossanova en los versos. «Ñielol» es con justa razón la mejor canción del álbum, haciendo zarzamora con sus arreglos con reverb. Contiene un desarrollo intrigante de menores a mayores, que revienta en un <Corriendo en el Cerro Ñielol> que incluso da unos aires ligeros de U2.
Lo que realmente hace grande a «Ñielol» es su espacio intermedio, donde los instrumentos danzan alrededor de lágrimas Arcade Fire; un sentido de viscosidad aural que se apega a ti. Es difícil no caer bajo su dulzura, que remata en un cierre con notas más altas. «Cadenas» se alimenta de cambios fracturados de riffs tensos que hablan como Arctic Monkeys en su gloria. Eso sí, siento que hay un uso un tanto demasiado confiado de Oh-Ohs y Ah-Ahs a lo largo de sus líricas, a ratos rígidas o apoyadas en estos trozos de sonidos vocales. «Autos en Llamas» se arma de más velocidad a la Parquet Courts, que viaja hacia un trozo ofuscado de Interpol. Siempre manteniendo ese delicioso pero pastoso edulcorante artificial.
«La pena quema» es otra canción que combina de manera prístina listones rítmicos andinos y el indie rock que ya saboreamos, con una marcha que camina entre lo melancólico y energético; el baile del Anchimallén, aunque por alguna razón no termina de convencerme al completo. Es probablemente por su lírica, que es tan correcta como un tanto inconexa -aunque es el único uso de los balbuceos de sílabas que veo totalmente justificado-. Siendo franco, es de los aspectos más truncados del EP: ciertos coros golpean con fuerza y retumban, pero en general su propuesta narrativa es común, sino simple en sus pretensiones.
«Casa de campo» es tan cotidiana y realista que sabe a poco en su afable cariño; si bien no es una degustación del vino, pito y amor infinito, tiene tintes de esa idealizada plenitud humana. «Auto en llamas» es un contraste extraño entre todas estas propuestas, con la corta historia de un atraco frustrado y los últimos segundos de adrenalina. «En tierra de nadie» sabe símbolo post-estallido, que a este punto a nivel lírico cae en el montón de sencillos que hablan del mismo caballo agarrado a palos y la celebración del descontento colectivo. Por otro lado, «Ñielol» parece ser una oda al animal dado muerto por caza en una prosa cristalina pero efectiva; «Cadenas» se acomoda entre la exploración de ser el centro de atención por expresar lo incorrecto y el alcance de una justicia inservible.
El pecado más grande de Frigider es que no se puede despojar de aquellos elementos que siguen arrastrando la propuesta corriente del indie chileno: basarse en el ejemplo de los grandes íconos repetidos hasta el hartazgo. Eso sí, logra hacer mucho con eso tan odioso y lo convierte en coros adictivos en el desenvolvimiento de sus canciones, que en un mundo perfecto significaría que comenzarán a tomar pasos agigantados y vestidos de colores distintos en su trabajo de larga duración. Espero que así sea, porque lo único que les falta, aparte de una visión más allá de lo puramente recreacional, es un suelo de tierras en las que puedan insertar el mástil que lleve su identidad.
7/10.
