Por: VICENTE COLLAO
Más de una banda del Sello Sinfín ha hecho gala ante los ojos de Estadodelaescena. Pregúntale al Polvo fue una de las bandas que hicieron de primeras pisadas para nuestras reseñas tempranas. En Los Errores Voluntarios el minimalismo era la clave, un rock que se deslizaba a los oídos con un marcado sonido lo-fi. Era tierno, con un fino exoesqueleto y una dirección clara y sin descarrileos. El trabajo que toca hoy, El Mundo Es Nuestro, es contrario a toda marcha, por lo menos en el último punto.
Pequeños Antares es una banda… extraña que tratar. Se armaron por el 2017 como grupo de amigos. Tomás Mosqueira, Martín Cantolla, Pablo Vostok y Juanma Salamanca forman esta sonata de garage punk que parece apuntar hacia todas partes. De hecho, en su proyecto Mixtape Secreto, se aprecia tanto su extrovertida forma de pasearse entre variados géneros que no tienen mucho que ver los unos a los otros, como también su imposibilidad de fijarse exactamente qué es lo que querían conseguir con cada maqueta. Cada vez que sacaban colecciones de canciones, más trataban de mezclar unas cosas con otras, como si jugaran con legos.
Es un alivio que, de cierta manera, el cuarteto santiaguino pudo encontrar un sonido al que aferrarse. Aún así, esta base arquitectónica continúa siendo extraña en este álbum de poco más de cincuenta minutos, donde podemos encontrar estos trazos de garage punk atravesados por tintes de stoner del duro, dream pop y música indie en general. Les han tildado como una banda de indie rock por su acercamiento poco ortodoxo a las estructuras típicas, pero también podemos guiarnos por este afán de categorizar agregando pinceladas de post-rock a la batidora. De todas formas, Pequeños Antares ha logrado diseñar el suelo que probablemente les mantenga distintivo entre otras bandas.
Esta propuesta, que aterroriza a los melómanos más obsesivos-compulsivos, aterriza delante del espectador de forma escurridiza. «No hay tiempo» se desarrolla inicialmente con un somnoliento ritmo cuasi-balada de arreglos falsamente ochenteros, psicodélicos y memoriales. Entre todo eso, ciertos movimientos chopped & screwed, o al menos que evocan ese truco nostálgico. De pronto, la canción pasa a un corte de estilo stoner, como una contención de energía cinética, donde pasa una de las primeras hilachas de ecualización del álbum; aquí la batería debió sonar más visceral. Esta queja no sería tan presente, ya que nuevamente cambia a un punk sucio y cortante que se desenvuelve con esquizofrenia al piso inicial. Así es, pequeños viajes.
Estas evoluciones agresivas ocurren por buena parte de la duración de El Mundo Es Nuestro. Los primeros segundos de «Señorita del Día» suenan a una torreta de guitarreos rota y descremada, que de repente explota en la marca punk de la casa, paseando por una progresión de cuerdas melódicamente engañosa. Un saxo -o el efecto de un saxo- hace su aparición triunfal entremedio, que a primeras vueltas me pareció un gimmick de bronce típico. Lentamente me la ganó un poco, conectando cada vez mejor con el vaivén de guitarras y su escala armoniosa, casi romántica. «El Futuro» coquetea con un Incubus moderno, usando punteos saltarines y bordeando paisajes shoegaze y dream pop. Si tuviéramos que aproximar a los Amtares con algo, sería con un sonido similiar a Deerhunter, enjaulado y con ganas de salir.
La lírica trata de ser una recolección más de la ennegrecida realidad, construida por nuestros ojos y por los medios, bajo la propia rapidez de una vida que no nos deja observar detenidamente. «No Hay Tiempo» lo dice claro. «Dios se atrasó» es el disque-ska más deprimente, donde el diálogo con tal entidad poderosa es relegada a ser una molestia; el silencio aporta más. Esto, a través de una pieza un tanto convulsionada y poco apetitosa, con una referencia viviente para Los Jaivas, gritando un solo que baila sobre la tragicomedia del desamparado. «Helado de Piña» sabe a rock psicodélico, usando una bella serie de tonos altos, casi de cuento de hadas, y toques altísimos y longevos. Como si la guitarra sollozara junto a los intérpretes: No me hagas olvidar.
Una lástima que, como continuación, «Helado de Piña» tenga a «Fantasía Colectiva«, que se acopla bien en un sentido narrativo, pero que me hace perder interés musicalmente. Es la canción más común del disco, regresando sin asco al punk tortuoso y de baja fidelidad auditiva, y aludiendo de manera más obvia el estado dentro y fuera del estallido. Imagino que debe ser un descanso interludio entre tanto vigor creativo, pero por sí misma dice menos -o, más bien, dice lo normal-. «Amor«, que es a estas alturas el tema insignia de la banda por cuantas veces le han regrabado, se encuentra en su mejor versión. Por cierto, antes se llama «Amor con A de Anarkía«. Aparte de la marcha incesante y donde habitan aullidos fantasmales -que siento toma demasiado tiempo-, la verdad es que no aporta mucho más. Jamás ha sido lo más energizante del mundo.
Por suerte, El Mundo Es Nuestro termina con «Saltar«, que cierra la temática global con una potencia emotiva fascinante. Bebiendo ligeramente de las situaciones musicales más ostentosas de bandas como The National o LCD Soundsystem, se acomoda este trozo onírico que a veces parece un tema motivacional y que peca de ser un chute melodramático. Pero mientras más se desarrolla este paisaje enmascarado, variados colores y significados se asientan; arpegios y puntadas de guitarra se cruzan como aviones de papel de un lado a otro. Y, a diferencia del mastodonte progresivo que tiene «Amor» que llega al borde de lo cansino, «Saltar» danza continuamente. Repite acciones, pero de manera más elegante. Incluso el saxo se aparece por ahí, a ser parte de esta liberación espiritual. Aquí, Pequeños Antares tiene algo magnífico entre manos.
Acepto mi derrota con toda razón, porque no pudo haber mejor forma de cerrar el año 2020. De nuevo. ¡Si es como si me hubiese quedado atrapado en diciembre! Igual, con ese diciembre, quien no se queda. Primero Puñales, y ahora los Antares. Lo poco que se discute sobre este elepé, esas conversaciones y reseñas ocultas de por ahí; todo es cierto. Es un debut que merece más de una repetición, entre texturas tan ricas y que parecen haber sido hechas por accidente. Probablemente hubiera estado nominada a nuestros premios para el Artista Revelación. Solo nos queda dejar de correr y, con toda confianza, saltar.
8/10.
