Por: VICENTE COLLAO
Ha sido un año completamente trastornado. Si en un momento las venas sangraban a lo largo de nuestra estrecha faja de tierra, hoy están coaguladas con todo. Llenas de resentimiento. Llenas de desolación por un encierro voraz, más para unos que para otros. Llenas de la palabra insignia que el 2020 tiene tatuado en el lomo izquierdo: Incertidumbre. Si algo positivo se puede sacar de todo esto -algo nada insulso para mí- es que ha sido un año grande para el descubrimiento y exploración musical, con variedad de emociones atascadas en la manzana del cuello.
SUBE es una banda que se autodenomina “rock onírico” -etiqueta más pretenciosa que la cresta-, que se traduce en un cruce de aires progresivos, arreglos latinoamericanos y pequeños tintes new age. El 2016 lanzaron su primer trabajo “Etereopuerto”, donde entregaron las bases que rescatarían para este nuevo lanzamiento, “Re-versa”, aunque no quisieron simplemente repetirse el plato de cabezazos entre violines y bronces, no. Hay un tanto más que han querido ingresar a la forma y… por Dios que hicieron bien.
Si tuviera que explicar en términos menos vagos que géneros abiertos, sería juntar en una licuadora un Magma, por su ensamblado complementario entre voces que evocan una ópera y trompas variadas, Eskaton por el uso de elementos más “psicodélicos” o “espaciales”, la banda media Dream Theater-esca KaFoD y el pop sabor rosario de Miranda!. Claro que me refiero a pinceladas de cada uno de estos elementos, pero específicamente el rock progresivo más pomposo y zeuhl son los cimientos primales de la propuesta Sube.
“Re-versa” funciona como un viaje introspectivo para encontrar respuestas y contraatacar a la adversidad de la condición humana -o sea, poesía pura para algunos y verborrea barata para otros-. Pero también se materializa en un semi álbum conceptual sobre un amor frustrado y sin resolución clara; el buscar la persona especial, caer en desesperación y recomenzar el ciclo. Es una propuesta un tanto típica en lírica y en un primer vistazo, pero entre la grandiosidad empujada por el armonioso dúo de Amanda Mura y Elías Armijo y los momentos más aplastantes para el corazón, todo hace más sentido. Todo es mucho más poderoso de lo que debería.
El álbum abre con cierta indecisión: Albor se desviste con el arpegio de un bajo bastante más alto de lo habitual y los espirales descendientes de un piano solemne bajo la marcha de una caja. Entre todo este aparataje rítmico se abre paso la voz de Elías para esfumarse tan pronto… ¡Tan pronto! ¿¡Por qué!? ¡Si todo iba tan bien! La Última Costumbre es una canción que parece dueto de Disney o Mazapán en torno a un ritmo un tanto fragmentado, con un quiebre más funky y crescendos psicodélicos; envolviéndose un aura tipo reggae/ska por la mezcla un tanto sobria de los instrumentos. Habita en Ti es donde las divergencias del primer elepé comienzan a aparecer: una especie de reconstrucción del rock progresivo con beats electrónicos a medio tiempo y un repentino quiebre estéreo. El clarinete de Re-versa es elegante pero provoca una extraña preocupación, con una escalera melodiosa que acompaña a las voces, mientras brillan con dorada hermosura.
Hasta ahora el grupo ha mantenido el momentum derivado de “Etereopuerto” con la novedad exótica de ingresar elementos más fuera de los márgenes naturalista de su género. Sale el Sol (No Sale) es tal marcapáginas de un libro, delimitando hacia dónde el álbum realmente ha estado avanzando. Palabras del Viento presenta otra estupenda performance vocal, mientras el bajo aumenta su intensidad y la presencia de órganos recuerda a los momentos más hilarantes de Camel. Por otro lado, Alas para el Fuego tiene un aire contestatario pero decepciona un poco con su algo predecible desarrollo. Sin embargo, es una pieza esencial para la construcción energética que requiere La Ilusión, una explosión de agresividad y a momentos caos desenfrenado que pintarrajea las cuencas de elegancia compleja con pintura rojo sangre. Los gritos tipo Kenshiro son un plus.
Quién podría imaginar que esta batahola con correa llevaría a la que es probablemente una de las mejores canciones del año y de las composiciones artesanas de pop más sensibles de la escena chilena. Una Mañana es simplemente fantástica: un arranque de violines que juegan suavemente con el nudo de la garganta… Y es tanto como puedo explicar. Lloré. Me hizo llorar. Y aún me hace llorar. Y como si de amores platónicos se tratase, Al Aire y el Río se interconecta con total fluidez, con maravillosos pads de corte celestial mientras ruge una voz a la Anna von Hausswolff en los momentos climáticos de Ugly and Vengeful. Claro, pasa a un sonido más conocido, con secciones bastante más minimalistas -que a momentos parece parte del OST de King’s Field– y cierra con un intercambio bastante tenso de soplidos. Y el telón de una obra en tonos marrones y carmesí. Concluye: “Muéstrale al mundo de tus sueños, amor puro donde estés te escucharé”.
¿Es este el mejor álbum chileno de rock progresivo en lo que va del año? No sabría decirlo. No es una mezcla sonora perfecta, a veces sintiéndose un poco plana y demasiado al margen del sonido típico del prog. En los minutos que no está en su punto álgido, no volará sus mentes si es que han probado un poco de su primer esfuerzo como agrupación, a veces sintiéndose un poco demasiado segurito. ¿Y? Pues la cúspide del espectro que abarca es una tremenda montaña de emociones sobre mí. Echar un lloriqueo del puro encanto no es algo que se me haga habitual y está reservado sólo a un pequeño puñado de álbumes. No es que me haga el duro; es que me cuesta llegar a conectar a ese punto. Pero cuando lo hago es porque un sencillo realmente me ha hecho danzar como mariposa, secándose las alas; mojadas por su propio mar de lágrimas.
“Re-versa la vida en amor, en canción”.
8/10.
