Por: VICENTE COLLAO
Son días de sufragio y celebración, en que la esperada migaja de poder por fin ha caído en los suelos del llamado «perraje», tras años secuestrada por el poder que observa con desdén a sus ciudadanos. El llamado pueblo come por fin. Algo por lo menos, ¿no? El despertar del gigante durmiente, que por fin ha salido de las aguas. Pero puede que se hunda otra vez, tal como ha ocurrido vez tras vez en nuestra democracia postiza. Es esa posibilidad que a muchos les amarga y ahoga, de que de alguna manera nos vuelvan a cagar otra vez. Porque siempre pasa.
Este año ha habido varios álbumes que han enseñado alguna imaginería, simbolismo u metáfora que tenga que ver con los océanos. Esta ominosa agrupación, Légamo, no es excepción. Esa fascinación conexa dudo sea simple azar: Somos una faja de tierra que siempre es asaltada por furioso oleaje, vestida por faldas de espuma, un infinito valle de ensenadas. Un continuo ritual del que la banda es consciente. El 2019 lanzaron su homónimo, del que bebe directamente lo que llaman hoy “Puřga”, con R de revolución.
¿Purga de qué? Abro pregunta, tal como los oriundos de Valparaíso abren modos musicales. ¿Purga del cáncer político? ¿Purga de las tensiones provocadas por la pandemia? ¿Purga de todo canon social, provocadores de toda falencia en primer lugar? De algo nos quiere calmar. El disco tiene encabezado: “Es tan denso, que encuentro que necesitas darte un alivio”. Imagino que hablarán del mundo y del contexto actual; es un enunciado contradictorio, pero en dos sentidos.
De buenas a primeras no le llamaría a una bocanada de treinta minutos de “jazz punk” una experiencia relajante (obviando Gaviota y Verano2001), pero no es tampoco un intercambio de sonidos y vanidades musicales sin control. Es justamente lo contrario. Laberinto del Kangrejo es uno de los puntapiés más vigorosos entre los placeres de este año. Fluyen los balbuceos desquiciados de Mr. Bungle con una serie de pequeños movimientos instrumentales a lo King Crimson, donde se soplan vientos, puntean cuerdas y se berrea “¡Un laberinto!”.
Me da hado un espectáculo tal esta secuencia introductoria que no he podido dejar de pensar en el patrón Mahavishnu Orchestra y, en una medida delicada por sus bronces, zeuhl como Koenji Hyakkei o la locura jazzcore Naked City en Torture Garden (pero nunca a ese nivel de desbarajuste). El siguiente paisaje sabe a poco y repetido, “Oe Yeral”, que actúa como un innecesario interludio medio payasada, con un paso burbujeante que ojalá se usase de forma más contundente. “Playerío” revuelve sus ideas a través de disonantes e incesantes riffs, tornándose titilantes entre murallas de trompas opresivas que no llegan al nivel anterior.
Es en estos momentos donde ese pesar oceánico aparece; una mezcla que oculta la voz entre corrientes turbulentas, mientras lo demás hace lo suyo. Los versos actúan más como un instrumento que ser la base de la interpretación, la purga tradicionalista por excelencia de Légamo. “Rapritual” es un entretiempo más coherente, que cambia el aura despótica por un travieso y pegajoso ritmo. Parece una deconstrucción de 96 Quite Bitter Beings. Sin embargo, es donde la postura anti tradicionalista se me hace un poco sofística. Esos pequeños trozos que hacen de descanso oportuno parecen ser un relajo considerado, tierno. ¿Con qué objeto se agregaron estos tentempiés?
“Vuelta Larga” (nombre reiterado de su primer álbum) expele un ambiente tóxico, que se mueve hacia una andanada de notas cada vez menos intricadas, como si subiera la presión arterial e incomodase a la Black Eyes. La versión de “Bourbon” aparece entre los chorreos de arpegios. Por supuesto que Pink Freud es un exponente esencial, pero además Skalpel tiene influencias aquí, con navajas abstractas de guitarras y espontaneidad. Aquí es donde se tratan de meter pedazos de canciones como pueda, que a la larga fatigan. “Cuántas vueltas más habrá que dar” es la frase estrella, con todos los sentidos que le puedan sacar. Incluido el hecho de que el tema se pasea demasiado, y toma una buena porción del elepé.
“Gaviota” es el tema más marítimo que pinta aquí con su danzar de chillidos aviares, dando paso al final del álbum, Verano2001. Necesariamente debo dibujar a Fugazi, con baterías que evolucionan tal como los instrumentos se reorganizan con un motivo “surfista”. Dan vibras de The Cinematic Orchestra, desempaquetándose con tonos sombríos, melancólicos pero esperanzadores. Eso sí, son engañosos: Cierra casi jazzstep, tambaleándose melódica y analgésica. Aquí se siente esa reposición de expectativas; cuando tiene sentido que termine, no lo hace y continúa, acto que hace creativamente.
…Por lo que son cuatro canciones de considerable duración, lo que me deja un tanto tibio. Sí, es verdad que responde a esa necesidad reaccionaria, jugando con los valores musicales típicos. Hay mucho proyecto con ansias de descascarar, reinterpretar y regenerar la música nacional, con un pelín de conmoción e histeria colectiva.
Las composiciones, cuando realmente enganchan, son correctas e incluso geniales. A nivel de pretensiones, las cosas ya están sabiendo muy parecido. Légamo se ha superado de su primera incursión media Red Hot Chili Claypool y tienen un espectro sonoro un tanto impar, pero sólo un tanto. Sigue siendo absolutamente recomendable para quienes valoren estos movimientos infractores, en especial Laberinto de Kangrejo. Por favor, escuche Laberinto de Kangrejo.
7/10.
