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Ternura claustrofóbica: Leo Saavedra – Operación Ballena (2020) – Crítica Musical

Por: VICENTE COLLAO

Leíto, Leíto, Leíto. Es extraño que, luego de protagonizar como voz y caminante de la reconocida banda Primavera de Praga, no sea tan nombrado más allá de algunos artículos en internet que se copian entre sí. Leí más de una vez que su primer álbum solista, “Selfie”, había conseguido buenas notas de la crítica. Pero no veo reflejo de eso: Si no fuera por su sencillo “A sangre fría” –una sonata en temática estallido social y contra la represión, con una lírica metafórica que lentamente se hace demasiado clara- hubiese figurado (aún menos) en los medios en el pasado reciente.

Operación Ballena” se asoma este 2020 en medio de una de las catástrofes sanitarias más grandes a nivel mundial. Leo Saavedra no esconde que esta pandemia sea su inspiración. Claro, no es un simple andar de soliloquios sobre estar entre cuatro paredes y ya, pero la desolación y ansiedad son emociones que permean al disco en totalidad. A diferencia de propuestas más aislantes como “Cenizas” de Nicolás Jaar, esta operación de menos de 40 minutos busca apaciguar esos dolores de no tener a nadie, en vez de abrazar el miedo reflejado en nuestros espejos de baño.

“Selfie” fue un álbum importante para Leo, pero había mucho que mejorar, bajo mi lupa. No es que fuera un álbum soporífero, más si un tanto monótono a momentos y difícil de distinguir en otros. La pasión de Saavedra es indiscutible y su destilado de Praga en la construcción neorromántica de sus leves baladas cobija el corazón con delicia. Siento que nuestro héroe melancólico conserva ese encanto de piano dulzón todavía y, mejor aún, con una pincelada de variedad. Se podía ser más que un Nick Drake monotemático –con piano en vez de guitarra, por supuesto.

El arranque de “Operación Ballena” es un tanto engañoso: Un sueño recurrente no se condice con lo que viene inmediatamente después. Una pieza de bailes sollozantes contrastada con escaleras tensas, a veces ligeramente disonantes; la pesadilla fluctuante de un nunca despertar. ¿Cuál es este sueño recurrente? Quizá es el mito de Moby Dick, invertido: Saavedra devora cómicamente la cola de una ballena. ¿Devora sus monstruos internos, o desea engullir la libertad de la ballena pescada, recuperarla a toda costa? O acaso Saavedra se trata de contar a sí mismo estos cuentos, que retumban en mareas de melodías bellas pero asustadas.

Llorar Jamás rompe esta sombría tonada con una animosa canción de piano, con titilantes sonidos tenues. Sin embargo, la ansiedad no puede ser abandonada, a la vez que mira con buenos ojos su condición en las letras. Por más que la lírica es energética, la música está preocupada. Entra el single, Su Majestad, que reproduce las secciones más tradicionalistas de Oasis, pero con el tono contenido que abarca la mezcla del álbum –y de buenas a primeras, Leo Saavedra es mejor que Oasis-. Agregar una pizca de aquel desarme barroco contenido en los Beach Boys y tienen una idea de cómo suena.

Volar corrompe la atmósfera naturista del elepé con una simple andanada de guitarras extrañamente ahogadas en un sintético. Es donde la ecualización de “Operación Ballena” me deja un poco hambrón, demasiado conservada en sí misma, incluso si el punto es que sea “enlatada”, encerrada en su ternura claustrofóbica. La Noche Polar larga aún más hacia una propuesta synthpop minimalista, con cuerdas orquestales anticipadas y el soplido de una sucia guitarra eléctrica en solo que no logro comprender bien el porqué de su presencia.

Bajen regresa a la bonancible amargura tipo Melody’s Echo Chamber. Nos cuenta: «Quieres huir, cuando todo se estremece te cuesta ir, frenar cuando hay espacio y pensar qué tieso es el terror«, para luego lanzarnos en un vals de hipnagogia decorosa con suma ironía, y el regreso al pop artístico de momentos atrás. En No Tengo Sombra se nos embelesa con la rocola de cantina más triste jamás concebida. Lo que parece un tirar de los límites de la voz de Leo refuerza el aura pavorosa de todo el trabajo, con ese ligero resquebrajar por tratar de alcanzar las notas más agudas. El sonido metálico de una campana entre óperas cacofónicas, que anuncian la macabra conclusión: yo no tengo sombra. Estoy solo, al fin y al cabo. Alucinante, y la mejor canción de “Operación Ballena”.

Lo que es una pena, porque es secuencialmente recibida por el peor tema del disco, Chaitén. «Como un día, en el sur, un volcán derramó manto de Satán«, la letra es más interesante que la canción, algo que en otras ocasiones estaba en equilibrio. Se desenvuelve con un cansino riff de guitarra poco inspirado y una progresión que, al menos, convoca un hermoso cierre de armonía mesurada… y el álbum termina. El término de sus escasos treinta y dos minutos es tan abrupto y en una nota tan poco impresionante que te detienes a pensar… ¿Se habrán equivocado en el orden de las canciones? La satisfacción aparecería después, con reiteradas reproducciones, pero sigue sintiéndose como comer naranjas con la cáscara.

Aun así, consigue más que el exacerbado éxito de su primera incursión profesional como solista. Ambicioso, temático pero centrado, la operación fue claramente un éxito a pesar de sus tropiezos varios y decisiones cuestionables. Un temita más, Leíto, uno más y probablemente lo guardaba con más cariño en mi memoria. Pero no es que no le haya visto con buenos ojos. Quería enamorarme de sus arreglos palpables, una caricia más en su contención auditiva. A pesar que no fue así, será divertido cortejar este pedazo de cielo mientras sigo encerrado en mi techo.

8/10.

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